En estos momentos me encuentro en la patria de mi infancia, una pequeña localidad a orillas del Mediterráneo coronada por un faro el cual, impasible ante las aberraciones urbanísticas de las costas de nuestro país, sigue conservando su majestuosidad decimonónica. Este verano no he tenido vacaciones propiamente dichas, pues casi todos los días me he despertado a las siete de la mañana para trabajar, pero no es lo mismo hacerlo aquí con mi portátil, levantando la vista y posándola en el mar, que en mi Madrid del alma, tan caluroso y polvoriento este verano que apenas sabía dónde meterme. Pues bien, en este puerto de pescadores el ambiente es hoy un tanto melancólico. No hace mucho que amaneció y ya hay familias cargando sus coches con los bártulos que se llevan de vuelta a la ciudad. Se van, el final del verano llegó y tú partirás… La pareja cuya terraza está justo delante de la nuestra se asomaba en bañador cada mañana a fumarse el primer cigarillo. Hoy ambos están vestidos y repeinados. Sombríos, recogen las toallas colgadas en la barandilla y apuran sus últimas caladas. Mañana el café de máquina y el primer e-mail del jefe harán que todo esto quede muy lejos.
Este año, mi nochevieja de verano me pilla con varias emociones en perspectiva, con lo que no temo en absoluto la monotonía.
Para empezar, dentro de doce días me caso con mi bruja… Llegó el momento de celebrar lo muchísimo que nos queremos delante de las personas con las que deseamos hacerlo. Tomaremos un montón de fotos, porque uno de los motivos principales de la fiesta que estamos organizando es poder tener un álbum que enseñarle a nuestros hijos para decirles, mira, esta es tu familia, todo el mundo celebraba que nos amamos, no importa lo que diga la gente, esta es tu familia.
Y es que la segunda de las emociones que nos depara el “año nuevo” es que, tras cinco intentos de inseminación artificial, mi bruja y yo hemos decidido intentar la fecundación in vitro, cosa que haremos después de la boda. Y no sé por qué, pero presiento que ahora sí que va a salir bien y que no tardaré mucho tiempo en daros buenas noticias. Crucemos los dedos. Este proceso está siendo muy duro psicológicamente, pero la recompensa hará que haya merecido la pena.
Laboralmente, también tengo muchísimos proyectos que os iré enumerando. Dentro de unos días sale una nueva novela que he traducido, espero que se venda bien. Además, en breve entrego otra escrita por mí para adolescentes que se publicará en Navidad. No es el libro de mi vida, pues es un encargo basado en una serie de television de bastante éxito, pero me ha ayudado a no dejar de escribir e imaginar. También concluiré la traducción de seis libros de texto con la que llevo todo el año y, ¡por fin!, voy a organizar mi semana para tener dos días, los jueves y los viernes, dedicados por completo a escribir mi novela y no a corregir o traducir las de los demás, cosa que llevo años haciendo y que, aunque se trata de mi sustento, al mismo tiempo conlleva siempre algo de frustración.
Por último, a finales de septiembre llega nuestra estudiante yanqui, una universitaria de veinte años que estudiará un año su carrera en Madrid y se alojará con nosotras. La condición es proporcionarle el desayuno y la cena, esta última en familia, para que practique español, además de una habitación con wi-fi, pupitre y esas cosas. Esto nos ayudará a hacer frente a todos los gastos, pues tener un hijo al estilo lésbico puede llegar a salir muy caro, y quién sabe, con suerte será el inicio de una bonita amistad.
Para todo esto y mucho más, no dejéis de pasaros por La Letra Escarlata que, como véis, este nuevo curso puede resultar una lectura interesante…
¡Feliz año nuevo otoñal!
En esta vida hay que mojarse...