jueves, 2 de junio de 2011

La vida y otras confesiones

No basta simplemente con vivir. Una necesita la luz del sol, libertad y una florecilla. (Hans Christian Andersen)

Tengo que confesaros algo: estoy agotada. No me dan las horas del día. Sacrificaría el sueño para hacer más cosas, pero ya de por sí tengo que rascarle horas a la noche para poder dormir entre despertar y despertar de la niña, la cual está pasando por las difíciles noches que experimentan los bebés cuando están dejando de ser bebés.
Mi mujer y yo nos pasamos los días cocinando litros de puré que luego congelamos en envases cuidadosamente medidos, haciendo avioncitos con cucharas, cambiando pañales, yendo al playgroup, leyendo cuentos, aprendiendo la ley del parque y del cajón de arena, celebrando cada logro y cada golpetazo de una vida de ocho meses, cantando nanas, impostando voces, limpiando la casa, haciendo la colada, cocinando también nuestra comida y nuestra cena, preparando litros de café que nos sostengan, haciendo cuentas, reponiendo el papel higiénico, preocupándonos por llegar a fin de mes.
Una trabaja por la mañana y la otra por la tarde, para que nuestra pequeña siempre esté con una de las dos. Las noches –agotadas frente a un bocadillo- son solo para mayores. ¿Qué tal te ha ido el día? Beso, beso. Los fines de semana -¡por fin es viernes!- para las tres.
Para colmo he vuelto a militar. Nunca he dejado de ser activista pero hacía tiempo que me había desmarcado de los colectivos, necesitaba un respiro. Vuelvo a estar al cien por cien –ahora encargándome de las Políticas Lésbicas de GALEHI y con la perspectiva de montar otro colectivo feminista, pero eso es otra historia que será contada en otra ocasión- y eso también es tiempo, tiempo, tiempo que no tengo.
No me da la vida. Mis padres se hacen viejos. Preocupan y hay que cuidarles mucho. Hermanos y hermanas, sus parejas, sus hijos e hijas. Mis amigas. Mis amigos. Les necesito. Me necesitan.
Novelas en mi cabeza. Peleando por robar ocasiones en las que teclearlas. Novelas en mi mesilla de noche. No importa lo agotada que esté, tengo que quedarme dormida sobre sus párrafos voladores. Estoy agotada.
Tengo que confesaros algo: mi vida es extraordinaria. Y me la he currado yo. Podría haber sido de otra manera. Menos apasionada, con menos sobresaltos. Tal vez más tranquila, más estable. Pero no sé si tan plena, porque cada noche me acuesto junto a la persona que amo. Nos turnamos para ponerle el chupete a nuestra hija y refunfuñando volvemos a quedarnos dormidas, siempre y cuando alguna parte de nuestro cuerpo esté rozándose.
En nuestra casa puedes tropezarte con un sonajero o sentarte encima de un peluche que suena como la bocina de un coche antiguo. Los desastres cotidianos nos hacen reír y nuestra hija crece con los ojos enormes, besada por todas partes, examinándolo todo, absorbiendo, llenando nuestros días de asombro, de puro gozo, de incredulidad. Y cada día es mejor que el anterior. Es el caos de existir, con sus alegrías y sus preocupaciones, es un pellizco constante que te recuerda que la sangre aún corre por tus venas.
Es también militar. Actuar localmente para que los cambios sean globales. Saber que estás haciendo algo.
Es también querer. Comprometerse con aquellas personas que escoges como familia, como amistades, en las horas buenas y en las malas. Para celebrarlas, llorarlas, quererlas, cuidarlas.
Viendo como está el patio, la existencia a veces parece real y tangible y otras una pantomima. Una tiene que aceptar que por el mero hecho de estar en este planeta tiene una responsabilidad consigo misma y con el mundo de cuyos recursos hace uso. 
Este compromiso es vivir de verdad. Resulta agotador. En ocasiones desolador. Pero siempre auténtico.