jueves, 12 de abril de 2012

País-fénix

¿Qué sentido tiene correr cuando estamos en la carretera equivocada? (Proverbio alemán). 

Es grave. Temible. Real. Peleable. 
 Funciona así: los sirvientes del mercado –que no son ni más ni menos que quienes gobiernan este pobre país- nos declaran la guerra a las ciudadanas y a los ciudadanos mediante ese verbo que está en tantas bocas: recortar. Quítale a un pueblo sus pilares aparentemente intocables –sanidad y educación- y borrarás de su faz a la extendida y molesta clase media. Roba a las escuelas y a las universidades, crea élites que se formen en aulas patrocinadas por los bancos y conseguirás en menos de lo que crees que nadie sepa quejarse, que nadie tenga siquiera el consuelo de refugiarse en las páginas de un libro, donde todo se halla. 

Recorta, recorta, también en pequeñas cosas para no dejar ni un respiro, que no puedan ni utilizar el transporte público sin que les duela el monedero. 
Recorta, recorta, en los derechos conseguidos a base de sudor y activismo. Que las mujeres no decidamos sobre nuestros cuerpos, que quienes vinieron aquí buscando refugio no tengan con qué subsistir. La metáfora sí que podemos escogerla, que de eso es de lo único que vamos sobrados: un rodillo pasando por encima de nuestras cabezas, un Titanic a punto de partirse por la mitad, una jaula de pollos destinados a convertirse en nuggets del KFC. 
 Recorta, recorta, pero no a todo el mundo. Que la familia real haga que ahorra y continue viviendo a todo plan a nuestra costa. A la iglesia, no quitarle ni un duro y a seguir dándoles plataformas públicas donde expresar su ideología, también con nuestros impuestos. Que los verdaderos delincuentes blanqueen su dinero trayéndolo a España sin tener que dar ninguna explicación. Que mandatarios y millonarios sigan esbozando sus sonrisas níveas. 
Recorta, recorta y para que no se quejen, prohíbe que lo hagan. Que quien vocalice o teclee rebeldía se convierta en criminal. Carta blanca para seguir jodiendo y tarjeta roja a quien se atreva a recordar a los cadáveres de las cunetas y a los niños robados por monjas. 

Recortes y represión. Una fórmula históricamente de libro. Quizá lo inaudito del caso de España es que desde que murió Franco, aquí se había ido forjando un deseo de modernidad que hasta ahora nos hacía dar generalmente pasos hacia delante. Que el PP –esclavo del mercado, sí, pero pongamos nombre a ese esclavo voluntario, es de ley- nos quiera quitar tanto es inaudito y mi única esperanza es que esto haga que nos unamos, tomemos las calles, detengamos esto que ya está sucediendo. No es imposible, la gente ha conseguido cosas aún más grandes. El momento es ahora. Ellos por fin han puesto las cartas sobre la mesa y tenemos que decidir quién queremos que escriba la historia y qué título debe llevar el capítulo de nuestro paso por el mundo. 

¿Qué vendrá ahora? Un posible horizonte, un muy posible horizonte es la eliminación, entre otros derechos civiles, del matrimonio igualitario. Siempre que digo esto la gente me mira como si fuera una exagerada y dice con tono despreocupado: no, que eso no pueden hacerlo, que eso no lo van a hacer, una gran mayoría estaría en desacuerdo. 
Vamos a ver: es difícil que anulen los matrimonios ya consumados, porque una modificación retroactiva exigiría, a mi corto entender legislativo, ir caso por caso, y eso es muy complicado. Pero que ningún homosexual más se pueda casar, eso lo están deseando, diga lo que diga el Tribunal Constitucional. Además lo harán de forma sutil, dirán que “solo le han cambiado el nombre”. Así, a ojos del resto de la sociedad, no tendríamos por qué quejarnos, “es solo el nombre”. Pues que se lo cambien a los matrimonios heterosexuales, ¿no? El nombre es muy importante, no solo porque tener uno distinto te convierte en “el otro”, sino porque hay muchas leyes que contienen la palabra “matrimonio” y en las que ya no estaríamos contemplados. 

Hemos de tomarnos muy en serio esta y otras amenazas. El ánimo es sombrío pero debe impulsarnos a aceptar la responsabilidad que tenemos, como ciudadanas y ciudadanos, de reclamar las calles. Hagamos de éste el primer país-fenix, resurgiendo de sus cenizas mejor y más justo, gracias a la gente.