lunes, 31 de agosto de 2009

Nochevieja de verano 2009

Un viaje de mil leguas comienza con un simple paso (proverbio chino)
Hoy es para mí, y estoy segura de que para mucha otra gente, más nochevieja que el 31 de diciembre. El noveno mes se siente como un camino del que solo se puede ver un impoluto comienzo y que más adelante va a retorcerse y bifurcarse de forma insospechada. Eso es lo bueno de la vida, al fin y al cabo: no saber, que cualquier cosa sea posible, levantarse un día normal y que pueda ocurrir de todo. En septiembre esa sensación se acrecienta porque una tiene la impresión de que puede comenzar de cero, de que la vida se renueva tras el verano y nos brinda otra oportunidad.
En estos momentos me encuentro en la patria de mi infancia, una pequeña localidad a orillas del Mediterráneo coronada por un faro el cual, impasible ante las aberraciones urbanísticas de las costas de nuestro país, sigue conservando su majestuosidad decimonónica. Este verano no he tenido vacaciones propiamente dichas, pues casi todos los días me he despertado a las siete de la mañana para trabajar, pero no es lo mismo hacerlo aquí con mi portátil, levantando la vista y posándola en el mar, que en mi Madrid del alma, tan caluroso y polvoriento este verano que apenas sabía dónde meterme. Pues bien, en este puerto de pescadores el ambiente es hoy un tanto melancólico. No hace mucho que amaneció y ya hay familias cargando sus coches con los bártulos que se llevan de vuelta a la ciudad. Se van, el final del verano llegó y tú partirás… La pareja cuya terraza está justo delante de la nuestra se asomaba en bañador cada mañana a fumarse el primer cigarillo. Hoy ambos están vestidos y repeinados. Sombríos, recogen las toallas colgadas en la barandilla y apuran sus últimas caladas. Mañana el café de máquina y el primer e-mail del jefe harán que todo esto quede muy lejos.
Este año, mi nochevieja de verano me pilla con varias emociones en perspectiva, con lo que no temo en absoluto la monotonía.
Para empezar, dentro de doce días me caso con mi bruja… Llegó el momento de celebrar lo muchísimo que nos queremos delante de las personas con las que deseamos hacerlo. Tomaremos un montón de fotos, porque uno de los motivos principales de la fiesta que estamos organizando es poder tener un álbum que enseñarle a nuestros hijos para decirles, mira, esta es tu familia, todo el mundo celebraba que nos amamos, no importa lo que diga la gente, esta es tu familia.
Y es que la segunda de las emociones que nos depara el “año nuevo” es que, tras cinco intentos de inseminación artificial, mi bruja y yo hemos decidido intentar la fecundación in vitro, cosa que haremos después de la boda. Y no sé por qué, pero presiento que ahora sí que va a salir bien y que no tardaré mucho tiempo en daros buenas noticias. Crucemos los dedos. Este proceso está siendo muy duro psicológicamente, pero la recompensa hará que haya merecido la pena.
Laboralmente, también tengo muchísimos proyectos que os iré enumerando. Dentro de unos días sale una nueva novela que he traducido, espero que se venda bien. Además, en breve entrego otra escrita por mí para adolescentes que se publicará en Navidad. No es el libro de mi vida, pues es un encargo basado en una serie de television de bastante éxito, pero me ha ayudado a no dejar de escribir e imaginar. También concluiré la traducción de seis libros de texto con la que llevo todo el año y, ¡por fin!, voy a organizar mi semana para tener dos días, los jueves y los viernes, dedicados por completo a escribir mi novela y no a corregir o traducir las de los demás, cosa que llevo años haciendo y que, aunque se trata de mi sustento, al mismo tiempo conlleva siempre algo de frustración.
Por último, a finales de septiembre llega nuestra estudiante yanqui, una universitaria de veinte años que estudiará un año su carrera en Madrid y se alojará con nosotras. La condición es proporcionarle el desayuno y la cena, esta última en familia, para que practique español, además de una habitación con wi-fi, pupitre y esas cosas. Esto nos ayudará a hacer frente a todos los gastos, pues tener un hijo al estilo lésbico puede llegar a salir muy caro, y quién sabe, con suerte será el inicio de una bonita amistad.
Para todo esto y mucho más, no dejéis de pasaros por La Letra Escarlata que, como véis, este nuevo curso puede resultar una lectura interesante…
¡Feliz año nuevo otoñal!


En esta vida hay que mojarse...

viernes, 21 de agosto de 2009

Operación "Viento primaveral"

El mundo no está amenazado por las malas personas sino por aquellos que permiten la maldad (Albert Einstein)

Soy una lectora más bien lenta, pues degusto los libros despacio, leyendo y releyendo los párrafos que me fascinan, deteniéndome a pensar sobre ellos y volviendo atrás para comprender los cabos sueltos. En mi mesilla de noche se van apilando los libros que poquito a poco voy desgranando, y si logro terminar tantos de ellos se debe más a mi constancia y al tiempo sagrado que robo a mi sueño que a la velocidad de lectura, lo prometo. Por la noche, con la bruja durmiendo a mi lado, las horas pasan en mi despertador y las ventanas de los edificios contiguos van apagándose mientras yo paso las páginas alternando suspiros y bostezos.

Sin embargo, de cuando en cuando aparecen libros que te atrapan y que convierten la vida cotidiana en una interrupción de tu lectura, y estos los devoro en cuestión de días. En mi caso, no quiere decir que sean los mejores literariamente hablando, pues muchas veces me paso meses hasta que termino una novela que amo, disfrutando de la admiración y de la hipnosis de sus palabras. Se trata de la combinación entre una trama que engancha, la fluidez de los diálogos y unos cuantos personajes la mar de interesantes.

Este fenómeno suele sucederme en verano, época que para mí no es sinónimo de vacaciones, pues la suelo pasar casi entera trabajando para que las editoriales tengan mis escritos y traducciones a principios de septiembre de modo que puedan vender tal o cual libro en Navidad. No obstante, el rato de siesta con el viejo ventilador removiendo el aire caliente, los escasos días en los que puedo escapar a la playa, las horas arrancadas al ordenador, todos esos momentos libres parecen más justificados que en invierno, cuando tengo siempre en la cabeza el ronroneo de los plazos de entrega y los deberíaestarhaciendo.

Si el año pasado fue la última entrega de la saga vampírica de Stephenie Meyer, esta pegajosa semana ha sido un libro que me ha dejado mi hermana, La llave de Sarah (Sarah’s Key), por Tatiana de Rosnay, una escritora mitad francesa, mitad británica, que siempre había escrito en francés y que debuta con su primera novela en lengua inglesa.

La llave de Sarah tiene ciertos elementos que lo convierten en un libro interesante. Uno de ellos es un piso de la parisina rue de Saintonge, otro personaje más. Me encantan los libros que tienen casas que son personajes. Por ejemplo, mi novela favorita, Jane Eyre, tiene la mansión de Thornfield. Rebecca tiene Manderley. Y podría seguir enumerando, pero me desviaría demasiado del tema. El otro es la angustia que prevalece tanto en los personajes como en el lector a lo largo de casi todo el libro, hasta que averiguamos la suerte que ha corrido el pequeño Michel. Y es que podría decirse que la angustia también es un personaje.

La novela trata de una periodista norteamericana afincada en París, Julia, que investiga la redada del Vel’ d’Hiv de París en 1942.

El Vel’ d’Hiv, abreviatura de Vélodrome d’Hiver, era un estadio deportivo de París en el que fueron encerrados más de la mitad de los 12.884 judíos (4.051 niños, 5.802 mujeres y 3.031 hombres) que fueron arrestados en la redada de la noche del 16 de julio de 1942. Permanecieron en el Vel’ d’Hiv durante cinco días sin comida ni agua, sin cuartos de baño ni camas. Las condiciones sanitarias hicieron que muchos de ellos enfermasen o muriesen (especialmente los bebés y las embarazadas) y que otros se suicidasen allí mismo, delante de todo el mundo. De allí, los judíos fueron conducidos a los campos de concentración de Drancy, Beaune-la-Rolande y Pithiviers, antes de ser finalmente deportados a campos de exterminio alemanes como el infame Auschwitz. Del Vel’ d’Hiv y de los campos de concentración franceses escapó un número indeterminado de personas, no muchas. Todos los deportados a los campos de exterminio fueron asesinados.

Lo más escalofriante de todo esto es que la redada del 16 de julio de 1942 no fue llevada a cabo por los nazis, sino por los propios policías franceses, bajo las órdenes del gobierno colaboracionista del mariscal Pétain. 9.000 policías y gendarmes parisinos tomaron parte en ella. ¿Cómo pudieron dormir por las noches, cómo pudieron seguir viviendo después de hacer lo que hicieron?

Siempre he admirado la forma en que los judíos han reclamado su historia y han recuperado su memoria para que nadie olvide los crímenes cometidos por los nazis contra ellos (y contra otra gente como homosexuales y gitanos, por ejemplo). Además de lo que está ocurriendo ahora en Palestina y de muchos otras guerras crueles y abusos terribles, la barbarie hitleriana fue uno de los episodios más negros de la historia de la humanidad y han hecho un gran trabajo de memoria histórica que como feminista y como lesbiana me gustaría imitar. Sin embargo, pocas personas conocen la redada del Vel’ d’Hiv, el trato inhumano de los judíos franceses y la complicidad de la policía francesa con todo ello. En ese sentido, la autora Tatiana de Rosnay ha conseguido acercar este terrible hecho histórico a mucha gente. Por cierto, que buscando en Internet información sobre el asunto me he enterado de que la escritora Juana Salabert también ha escrito una novela –en español- sobre el tema, Velódromo de Invierno, premio Biblioteca Breve en 2001. Habrá que leerlo.

Retomando el argumento de La llave de Sarah, la periodista Julia se horroriza al descubrir todo lo sucedido en la redada de 1942. Y da la casualidad de que el apartamento perteneciente a la familia de su marido era de una de las familias detenidas aquella noche. Muchos porteros de fincas colaboraron con la policía y les revelaron en qué pisos vivían familias judías. Después avisaban a sus amigos de que tal o cual piso había quedado vacío y se alquilaba muy barato. Así fue que la familia de Bertrand, el marido de Julia, fue a parar en el piso de rue de Saintonge.

La historia de Julia se alterna –y acaba mezclándose- con la de Sarah, la niña judía que vivía con sus padres y su hermano Michel en el piso de rue de Saintonge donde fueron arrestados y conducidos al Vel’ d’Hiv. En su inocencia, la pequeña Sarah piensa que podrán regresar a casa más tarde, por lo que esconde a su hermanito Michel, de cuatro años, en un armario y le dice que volverá a por él, guardándose la llave del armario en su bolsillo.

El sentimiento de culpabilidad de Sarah al darse cuenta de que su hermano podría morir en el armario, su odisea para escapar e intentar regresar al piso de París donde éste la espera, y esa llave a la que se aferra, sacarán a relucir lo mejor y lo peor de las personas. La llave de Sarah es también una metáfora de la llave del conocimiento, pues todos los personajes de la novela acaban aprendiendo muchas cosas sobre sí mismos y sobre sus antepasados.

Redada. Judíos conducidos a los autobuses con destino a Vel' d'Hiv.
Interior del Vel' d'Hiv durante los días en que las familias judías permanecieron allí.

domingo, 2 de agosto de 2009

Guardándome el verano para más tarde

Los poetas han mantenido un misterioso silencio en lo que respecta al queso (G. K. Chesterton)

Verano, época de fruta y verdura colorista y jugosa, naturaleza sabia que nos proporciona frescor para contrarrestar el aumento de las temperaturas: melocotones, sandía, melón, albaricoques, cerezas… En esta estación podemos encontrarnos una gran variedad y, puesto que su producción es elevada, a un precio asequible. Si además tienes la oportunidad de recolectarla con tus propias manos de un lugar que no emplee productos químicos, mejor que mejor.

Yo he tenido la suerte, pues he estado con mi bruja en su pueblo y su padre nos ha dejado echar mano de su huerto. Hemos cogido cosas como esta berenjena

y unas acelguitas deliciosas con las que he hecho un revuelto improvisando ingredientes sobre la marcha. He puesto a freir unas patatas cortadas en dados (con aceite de oliva virgen extra, sin excederse), he añadido cebolla (también arrancada de la tierra con estas manitas) y luego las acelgas, que previamente había cocido un poquito. Finalmente, he echado garbanzos en conserva (siempre los lavo antes para quitarles el líquido con el que vienen envasados) y he salpimentado todo esto. Lo he servido acompañado de un huevo frito con una gotita de aceite a la trufa blanca sobre la yema, y un gazpacho. No me digáis que no resulta apetecible:



Por cierto, que el gazpacho lo ha hecho mi bruja con estos lindos tomates que cogimos en el huerto de su padre.

En verano, los tomates están mejor que nunca, por eso dan ganas de guardar estos ejemplares ecológicos para esos duros inviernos de tomates que no saben a nada… ¡Eso es posible! Por ejemplo, haciendo una mermelada de tomate.

La mermelada de tomate es una combinación entre el dulzor de la mermelada y el sabor especial del tomate, y al hacerla recordamos por qué éste es una fruta. No obstante, en mi opinión no combina tan bien con una tostada con mantequilla, como le ocurre a las otras mermeladas de frutas. Lo mejor es tomarla con una tostada de queso de burgos, con requesón o en un canapé de queso curado… Su sabor agridulce también casa bien con las carnes.

Os dejo aquí mi receta de mermelada de tomate:

Ingredientes

-1 kg. de tomates maduros

-750 g. de azúcar

-Zumo de un limón

-Palos de canela

Pasos

1) Pon agua a hervir y cuando esté en ebullición echa los tomates. Déjalos un minuto, sácalos y lávalos con agua fría. Ahora están listos para que los peles fácilmente.

2) En un bol grande, deposita la pulpa de los tomates y mézclala con el azúcar y el zumo de limón hasta formar algo parecido a una mermelada. Deja reposar esta mezcla en la nevera un buen rato (lo ideal sería de un día para otro, pero con un par de horas basta).

3) Coloca la mezcla en una cazuela y cuece lentamente removiendo a menudo con una cuchara de madera. El tiempo de cocción es aproximadamente una hora.

4) Prepara unos tarros para guardar la mermelada en ellos. Lo ideal es que vayas guardando los tarros de cristal de la comida en conserva que consumas. Antes de verter la mermelada en ellos, esterilízalos hirviéndolos sin las tapas durante media hora. La mermelada ha de estar templada antes de echarla para que los botes no estallen. Pon un palo de canela en cada tarro. Limpia bien los bordes antes de cerrarlos para que las tapas sellen bien. Una vez llenos, ciérralos en caliente.

Conserva la mermelada en un sitio fresco, seco y oscuro.

¿Estáis disfrutando del verano? ¡Espero que sí!